Todos hemos conocido -y sufrido en alguna ocasión- la tensión que se vive en los claustros universitarios entre quienes enfatizan la docencia y quienes prefieren valorar la investigación, es decir, entre dos puntos de vista de origen decimonónico, deudor del modelo napoleónico el primero (centralizado y orientado hacia la formación ele profesionales) y del modelo humbolcltiano el segundo (nacido del idealismo alemán y más enfocado hacia el conocimienro).
Existen dos modelos más por lo menos: el norteamericano estuvo inf luido en origen por la ética ele Humboldt’ pero se diferenció pronto del modelo alemán por su orienración hacia un saber útil que estrechó los lazos entre universidad y empresa; el modelo británico, finalmente, constituyó durante mucho tiempo -hasta su masificación- un referente ele autonomía institucional, financiera en primer caso, aunque también intelectual.
Todos estos modelos son deudores de un optimismo ilustrado que deificó la Razón y que acabó extendiendo la firme creencia en la ciencia como único modo de conocimiento capaz de aprehender la realidad del mundo. Una ciencia, además, neutra, objetiva y libre de valores. Durante mucho tiempo, por lo tanto, se ha tenido la absoluta convicción de que más ciencia implicaba mús tecnología y que m{ts tecnología conllevaba automúticamente nüs progreso y bienestar social. Era la famosa propuesta del cheque en blanco por la que los políticos debían conceder autonomía completa a la ciencia y a los científicos para que los ava nces tecnológicos condujeran, inevitablemente, al progreso general. Este era el espíritu que impregnaba el in forme de Van nevar Bush en la época ele la Big Science.
Contra esta tradición triunfalista de la ciencia y la tecnología que parecía imbatible desde Francis Bacon (Nouum Organum, 1620), comenzarán a surgir a partir de los 70 del siglo pasado los estudios CTS (Ciencia, Tecnología y ocieclad)’, heterogéneos e interdisciplinarios, preocupados ante todo por la ca racterización social de un proceso científico sustentado en la reivindicación de la ética y de la justicia por encima de los valores puramente epistémicos, en la evaluación social de la ciencia, en la reclamación urgente de nuevos valores como la sostenibilidad y, especialmente, en la defensa de nuevos modelos de participación pública orientados a la democratización de la construcción tecnocientífica.
Puede decirse, de manera breve, que los estudios sociales de la ciencia y la tecnología se van a caracterizar en adelante por la apa rición de diversas propuestas teóricas sobre los modos de producción del conocimiento científico que tratarán de constituirse en alternativas a la tradición ilustrada dominante.
En esta ocasión nos fijaremos sólo en algunas de ellas, comenzando por la que propusieran en su día M. Gibbons, M. Nowotny y sus colaboradores y que definieron como “modo 2” de producción del conocimiento, frente al “modo 1” que representaría el modelo anterior’.