“… Excelencia, con ocasión del primer centenario de la creación de la Diócesis, cuya medalla os vamos a entregar en este acto, quisimos poner manos a esta obra, cuyas dificultades en parte por desconocidas, nos parecía desde el principio superaban las posibilidades de la Diócesis. La Providencia me hizo encontrar un Director General de Bellas Artes, acogedor, entusiasta y eficaz, que encomendó el proyecto de restauración a un arquitecto, que a su pericia técnica llevaba unida la audacia necesaria para la empresa. ¡Y la Catedral de Santa María de Vitoria se ha salvado para otros 600 años!
El milagro lo vemos realizado. Las columnas que se recogen sobre la nave como un gracioso abanico han vuelto a estirarse y erguirse de nuevo, como los árboles de nuestros bosques, para gozar de la luz que entra a raudales por primera vez después de siglos como símbolo majestuoso de elevación y espiritualidad…” (Fragmento del discurso dirigido a su Excelencia Francisco Franco en la ceremonia de la reapertura de la Catedral tras su restauración en el año 1967, por el obispo de la Diócesis Monseñor Peralta).
Por desgracia, tan sólo ventiséis años después de haberse pronunciado estas frases, el templo era nuevamente clausurado al público. La constatación de la aparición de varios preocupantes síntomas de reactivación de sus antiguos problemas estructurales, obligó finalmente a ello.
Pero estos síntomas no eran del todo un hecho aislado: a estas alturas ya resultaba tristemente evidente para cualquier visitante que se hubiera atrevido a recorrer los vericuetos de su compleja y deformada arquitectura, el estado de degradación que presentaban amplias zonas de su fábrica ante la insuficiencia de las labores de mantenimiento y conservación llevadas a cabo a partir de aquella última restauración.
Para entonces ya habían aparecido de manera casi generalizada humedades propiciadas por el mal funcionamiento del intrincado sistema de evacuación realizado durante la remodelación de las cubiertas efectuada, con grandes recorridos interiores de las bajantes y numerosos recodos fácilmente obstruibles. También contribuía a ello la progresiva colonización por una gran variedad de vegetales de los tejados y canalones debido a su falta de limpieza. Y con las humedades, aparecieron consecuentemente los primeros daños en los revestimientos y en las estructuras lígneas de las cubiertas.
La meteorización de la piedra, sobre todo en la torre, acelerada por la contaminación atmosférica aportada por los vientos dominantes desde las zonas industriales de la ciudad situadas al norte de la misma, ocasionaba asimismo los primeros desprendimientos de material.
Por otra parte, al ir desapareciendo buena parte de las actividades y funciones catedralicias, muchos de los locales auxiliares de la Catedral (sacristía de beneficiados, locales de la escolanía, dependencias de los canónigos, almacenes, despachos etc), se habían ido quedando abandonados, transformándose paulatinamente en abarrotados depósitos de objetos de culto en desuso, cuando no en verdaderos trasteros.
La reforma impulsada por el Concilio Vaticano II, con los nuevos vientos de aggiornamento, no favorecía tampoco el ceremonial y boato litúrgico consustanciales de las escenografías catedralicias y sí, por el contrario, tendía a relegar a meras funciones protocolarias a los Cabildos Capitulares de las catedrales, especialmente en diócesis pequeñas con un fuerte componente social en la curia como en la de Vitoria.
Un poco como consecuencia de todo ello, y también debido al desplazamiento funcionalocasionado por la presencia ya activa de la con-Catedral de María Inmaculada Madre de la Iglesia (la “Catedral Nueva”), la Catedral de Santa María (la “Catedral Vieja”) en los últimos tiempos de este período tan sólo se utilizaba para contadas ceremonias ocasionales. Como ceremonia periódica se celebraba una única misa diaria para los canónigos a las 10 de la mañana a la que asistían unas pocas personas, permaneciendo el resto del día el templo cerrado. El domingo con la misa mayor, se encendían un poco las luces y se tocaba brevemente el magnífico órgano y eso era todo.
Como actividad cultural, excepcionalmente una vez al año, acogía a la Semana de Música Antigua, pero las malas condiciones acústicas del templo, provocaron finalmente el cambio de sede definitivo a la mucho más favorable, desde ese punto de vista, iglesia de San Pedro.