En los epígonos de la antigüedad y a lo largo de los primeros siglos medievales, se dieron importantes novedades en las relaciones que los vivos iban a tener con sus muertos y en el uso de los espacios destinados a los ritos y pompas fúnebres. En términos generales podríamos decir que la historia de las costumbres funerarias de época postclásica es la historia de un profundo cambio de mentalidad, que romperá lentamente con la costumbre anterior de separar a vivos y muertos. Será con la paulatina afirmación de la religión cristiana cuando se produzca un acercamiento progresivo entre unos y otros, en un fenómeno típico de «larga duración» que no fue sino un largo trayecto entre dos puntos.
El punto de partida eran las inhumaciones extra muros propios de la antigüedad clásica (cuando los muertos son enterrados al exterior de la ciudad) y el punto de llegada serían los enterramientos in ambitos murorum, característicos del medievo y del Antiguo Régimen (cuando los muertos rodean la iglesia parroquial y acaban ocupando totalmente su interior).
Entre ambos puntos se dieron, no obstante, una multiplicidad de situaciones que nos muestran que no estamos ante un fenómeno lineal. Hay que tener en cuenta que las necrópolis y los cementerios, además de ser hitos de un altísimo valor simbólico eran también grandes consumidores de espacio. Su gestión, por lo tanto, no fue nunca una cuestión menor y su estudio es muy complejo, aunque constituye también un indicador inmejorable para conocer las claves de la articulación de los espacios tanto rurales como urbanos.
Veamos, de manera sintética (simplificada por lo tanto), cuáles fueron las principales transformaciones en los dos mundos (ciudad y campo) y las diversas variables que se dieron en ambos. Esta exposición general, finalmente, nos servirá de marco para contextualizar, desde una óptica europea, los datos que conocemos en Navarra.