Celebración del Curso de Verano en Sostenibilidad y Territorio
El pasado 12 y 13 de julio, tuvo lugar en el Palacio Miramar de Donostia el Congreso SOSTENIBILIDAD Y TERRITORIO: IMPACTOS DE LA CALIDAD AMBIENTAL EN LA CONSTRUCCIÓN Y RE-CONSTRUCCIÓN DE LOS PAISAJES URBANOS, organizado por la Cátedra UNESCO de Paisajes Culturales y Patrimonio, en el marco de la colaboración entre el Departamento de Medio Ambiente, Planificación Territorial y Vivienda del Gobierno Vasco y la UPV/EHU.
En esta ocasión centramos nuestra atención en el modo en el que la introducción de criterios de sostenibilidad, cohesión social, gobernanza, innovación y resiliencia en la conformación de los paisajes urbanos genera nuevos escenarios sobre los que es preciso repensar la forma de actuar.
Tras las conferencias y debates durante las dos jornadas, compartimos aquí las conclusiones e ideas fuerza extraídas:
“Ante la realidad objetiva, que ponía de manifiesto Victoria Azpiroz en la apertura del congreso, de que el 85% de los habitantes de la Comunidad Autónoma Vasca viven en entornos urbanos, el hecho de que una gran parte del parque inmobiliario que los conforma se encuentre envejecido nos hace enfrentarnos a una situación en la que los criterios que rijan las intervenciones sobre él serán clave en la configuración de nuestras ciudades, su forma, su imagen y sobre todo su modo de ser vividas.
La intención con la que hemos arrancado este congreso partía de la preocupación ante una problemática acuciante: la de cómo se ven afectadas nuestras ciudades por la aplicación de criterios dirigidos a conseguir los objetivos de eficiencia energética y sostenibilidad. Desde una base conceptual que es la de la comprensión de la ciudad como paisaje.
A lo largo de las ponencias que hemos ido escuchando tanto en la jornada de ayer como en la de hoy, hemos podido ampliar y ahondar en esta cuestión desde lo positivo. Una postura que es la que precisamente nos hace avanzar, proyectándonos hacia el futuro.
Así, abríamos el congreso con una ponencia “Documentalismo y cultura material” –guiada por Iñaki Ábalos- que nos recordaba la necesidad de superar visiones tradicionalistas en las que la división por disciplinas era norma. Una necesidad irrenunciable para entender las conexiones y los procesos que se producen y que definen el territorio y que es precisamente la realidad a la que debe atender el diseño por ser la que determina la vida cotidiana.
El arquitecto se convierte entonces en un documentalista, que debe compaginar el análisis y la creación para diseñar territorios contemporáneos, en una clara demostración de que a partir de toda esa documentación es posible generar máquinas térmicas que además respeten el carácter de los edificios y de los paisajes. Es decir, podemos diseñar desde el respeto al monumento y a la ciudad, recuperando los modos de hacer tradicionales, desde la simplificación pero la buena práctica en vez de recurrir a instalaciones y máquinas cada vez más complejas que no hacen sino borrar su espíritu.
Avanzábamos en esas ideas, y Miguel Ángel Díaz Camacho nos hacía ver las posibilidades que presenta la arquitectura para convertirse en un auténtico activo ambiental. Ante el reto de lo urbano, ante la dificultad de generar ciudad y no una amalgama o sumatorio de edificios inconexos, de iconos descontextualizados, la arquitectura se presenta como la herramienta clave para dar una solución cuando se amplía la mirada y con ella la escala. Así, desde ese cambio de mentalidad en el que todas las escalas sean consideradas de manera simultánea (el edificio, su entorno, el barrio, la ciudad, el territorio, el planeta), podremos plantearnos retos que sean capaces de atender las dos caras de esa misma moneda a la que él se refería, la de lo ambiental y la de lo social.
Y, de algún modo, nos veníamos quejando de las dificultades que las normativas prescriptivas, que rigen esta práctica de la arquitectura en nuestra realidad estatal, presentan a la hora de poner en práctica los compromisos que nosotros mismos nos fijamos en pos del desarrollo sostenible.
Para acercarnos un ejemplo de cómo las políticas pueden no sólo adaptarse al cambio, sino ser impulsoras del mismo, Iñigo Rodriguez Vidal nos describió pormenorizadamente el caso suizo. Un país donde los objetivos son entendidos a muy largo plazo, porque se es consciente de la necesidad de fijar apuestas sólidas a futuro si realmente se pretende alcanzar objetivos ambiciosos en cuestión de sostenibilidad. De la experiencia comprendimos que no caer en la utopía requerirá de:
- una bajada en el consumo,
- una coordinación entre instituciones que realmente se crean los compromisos establecidos,
- un cambio en el modo de habitar que implique una vuelta a lo colectivo,
- pero, sobre todo, del desarrollo de una fuerte conciencia ecológica social que impulse, promueva y sostenga el cambio.
Todo ello al tiempo que se nos recordaba que no podemos olvidar que cada sociedad debe buscar su propio camino en función de sus características propias.
Esta mañana Beatriz Sendín de n’UNDO abría nuestra mente enfrentándonos a las contradicciones que existen en nuestras ciudades desde ese concepto de lo sostenible (a la degradación de lo natural, a la sobreexplotación del medio, a la arquitectura como icono, a la sostenibilidad entendida desde el número y la fórmula y no desde lo local y el espacio vivido). Unas contradicciones a las que podemos enfrentarnos con una actitud positiva: no tiene por qué producirse una elección entre hacer ciudad y proteger el paisaje. Y para ello, nos invitaba a pensar antes de actuar, para intervenir con la garantía de que nuestra contribución conduzca a la generación de espacios donde pueda suceder vida. Una intervención desde la reducción, la contención y la declinación razonada, que conduce al respeto, la valorización y la recuperación del carácter y el potencial de los espacios. A veces, “Nada es más”.
Las comunicaciones de hoy, a cargo de Pedro Rodriguez y Arturo Azpeitia, nos hablaban de las incoherencias y dificultades de gestión administrativa que muchas veces los límites administrativos o la falta de desarrollo metodológico de los propios conceptos con los que trabajamos nos están ocasionando.
Una cuestión que retomaba José Fariña al cierre de la jornada, al profundizar en los conceptos de paisaje, de cultura y de patrimonio, haciéndonos ver su carácter políédrico, múltiple y subjetivo, por depender del observador y, con él, de su percepción, de su experiencia, de su bagaje… Una subjetivad a cuya prueba nos hemos acercado a lo largo de la normativa y la legislación, de las políticas de protección y, sobre todo, del reconocimiento de lo que es o no es paisaje cultural o patrimonio. Y aquí llegamos a la propia base de la cuestión y es la distorsión en ese reconocimiento del patrimonio, fruto del desequilibrio presente hoy en día entre identidad, memoria y recurso – descompensado a favor de este último, como vemos claramente en las consecuencias derivadas del turismo, una actividad en todo aspecto insostenible-. Así, en nuestro comportamiento insostenible, acabamos por homogeneizar lenguajes y paisajes, en detrimento de la diversidad, de la riqueza del contexto y, en definitiva, corriendo el riesgo de convertir nuestros paisajes en simples escenografías.
Desde luego, podemos concluir en que a lo largo de estas dos jornadas hemos abordado las cuestiones clave en el tratamiento de las ciudades, desde la perspectiva de lo sostenible, de lo cercano. Y de ellas surge la necesidad de recurrir a visiones holísticas de nuestros paisajes que permitan entender su funcionamiento, sus conexiones en su complejidad, con múltiples puntos de vista que sólo el trabajo transversal e interdisciplinar es capaz de alcanzar. Pero, sobre todo, surge la necesidad de continuar formándonos en materia de paisaje, en un camino donde nos queda aún mucho por aprender y donde estos foros de debate y, sobre todo, su traslación a la práctica se hacen absolutamente necesarios”.
A continuación adjuntamos algunas imagenes del evento:
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